Sobre la empresa
Lo que viene a continuación tiene
que ver con las empresas. Otra vez Wikipedia: Una empresa es una organización
dedicada a actividades o persecución de fines económicos o comerciales, para
satisfacer las necesidades de bienes o servicios de los demandantes, a la par
de asegurar la continuidad de la estructura productivo-comercial así como sus
necesarias inversiones. Sin embargo, el significado de empresa es mucho mas
amplio. Otra sencilla definición en el diccionario ”Acción o tarea que entraña
dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo” nos termina de
aclarar el panorama.
Podemos decir entonces que un
disco o una película son en si mismas, por definición, grandes empresas – o
emprendimientos-. Y si, la gente se embarca todos los días en empresas -lo
paradójico es que algunos para hacerlo quemamos las naves-. Se puede decir que
componer una opera es toda una empresa. ¿Componer una canción es una empresa?
Yo digo que no. Hacer un disco si es una empresa. Para sacar adelante esta
empresa vamos a tener que sumar las voluntades de muchas personas. Y para convocar
estas voluntades casi siempre se requiere dinero. Es aquí donde el sueño acaba
o se vuelve pesadilla. Es el momento de ir a las capacitaciones y a los
talleres; de formalizarse como empresa; de entender que somos un valioso
engranaje en las industrias culturales de nuestro país.
El problema es que la lógica de
la creación y el emprendimiento de quien quiere compartir el arte no es la
misma que la del mercado. En el mercadeo está primero la demanda, la necesidad.
Nadie en sano juicio se empeñaría en invertir su dinero en una empresa que
haga y comercialice tornillos de formas raras que no encajen en ninguna otra pieza o de algún
aparato que nadie necesite ¿o si?. Pues eso es en buena parte lo que hacemos
los artistas. Y no porque lo que hagamos carezca de valor. Es porque esa es la naturaleza del
arte. Y este es el problema con empeñarnos en el cuento de las empresas como
solución para darle salida a obras que no fueron concebidas como mercancías.
Estas personas que tratan de
instruirnos se consternan al constatar que hicimos grandes inversiones de
tiempo y dinero sin hacer un estudio previo de mercado. La vaina es que si lo
hubiéramos hecho, ni siquiera habríamos empezado a componer o a escribir pues no
hay demanda, ni necesidad de nuestras obras “productos”. Terminamos haciendo
todo al contrario de lo que dicta la lógica de las empresas. En lo que hacemos
primero está el producto y luego, si contamos con suerte, la necesidad. ¿De
verdad no lo ven?. No es que no lo vean, lo que pasa es que detrás de todo este
interés hay verdaderas empresas que si han detectado una oportunidad de negocio
y se han inventado este cuento chino para vender conferencias y talleres. A las
cámaras de comercio también les debe ir muy bien con nosotros, pues gastamos una
fortuna al año en certificados de constitución y otros trámites sin sentido y
son ellos quienes facturan.
No, mentiras. Todo lo hacen de
buena fe, por nuestro bien y por eso se empeñan en obligarnos a constituir
empresas. Concedo eso, pero concédanme a mi que somos víctimas, como mínimo,
de una tremenda contradicción. Y es que resulta que –al menos en Colombia- no
podemos constituir cualquier tipo de empresa, debemos formalizarnos como
empresas sin ánimo de lucro (corporaciones, asociaciones, fundaciones, etc). Es
decir, quieren que seamos empresarios pero que no busquemos el lucro. ¿A qué
jugamos entonces? ¡Pero si el diccionario, y el sentido común, nos dictan que
uno de los fines de las empresas es generar dividendos! Por otra parte, al menos
en Colombia, tener una empresa sin ánimo de lucro equivale a ser un empresario
de tercera, no tenemos los mismos derechos ante las cámaras de comercio, los
bancos no nos prestan dinero, ni nos expiden tarjetas de crédito… Para colmo
del descaro nos alientan diciéndonos que gracias a esta figura podemos obtener
donaciones de entidades extranjeras y de grandes empresas. Mejor dicho, nos
ponen todo en bandeja de plata para que salgamos a pedir limosna. Aun más
triste es que esa limosna tampoco llega.
Quedemos entonces en que nos gustaría
vivir de nuestras obras, pero que no estamos dispuestos a crearlas al acomodo
del mercado… Queremos obtener un rédito por estas obras para las que no hay
demanda y, como estamos haciendo las cosas al revés, no queda de otra que crear
la demanda ¡Así de sencillo! El problema es que esta demanda de momento no
existe y es difícil de crear pues tenemos un gran enemigo: la industria
cultural -de la que hablan los antropólogos-. Esa maquinaria que se encarga de hacer
que las personas solo quieran divertirse. Y lo que dicta la industria cultural,
es que todo aquello que no sea risa y baile es aburrido. Pero este es otro
tema.
Para terminar, creo que estaremos
de acuerdo en que, entre los empresarios,
somos de un tipos bastante particular. No actuamos en consecuencia a la
demanda y para completar no tenemos fines de lucro. En mi caso, me considero
una persona bastante emprendedora y también tengo junto a unos colegas una fundación,
así que según las dos acepciones del término se podría decir que soy un empresario.
Pero si me preguntan por lo que hago, la palabra empresario nunca cruza por mi
mente. Digo que soy un gestor cultural. Si me tienen paciencia, y no están
aburridos ya, en la próxima entrega les cuento porque ando diciendo eso.