martes, 17 de septiembre de 2013

Hay una confusión en el barrio… 2

Sobre la empresa

Lo que viene a continuación tiene que ver con las empresas. Otra vez Wikipedia: Una empresa es una organización dedicada a actividades o persecución de fines económicos o comerciales, para satisfacer las necesidades de bienes o servicios de los demandantes, a la par de asegurar la continuidad de la estructura productivo-comercial así como sus necesarias inversiones. Sin embargo, el significado de empresa es mucho mas amplio. Otra sencilla definición en el diccionario ”Acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo” nos termina de aclarar el panorama.

Podemos decir entonces que un disco o una película son en si mismas, por definición, grandes empresas – o emprendimientos-. Y si, la gente se embarca todos los días en empresas -lo paradójico es que algunos para hacerlo quemamos las naves-. Se puede decir que componer una opera es toda una empresa. ¿Componer una canción es una empresa? Yo digo que no. Hacer un disco si es una empresa. Para sacar adelante esta empresa vamos a tener que sumar las voluntades de muchas personas. Y para convocar estas voluntades casi siempre se requiere dinero. Es aquí donde el sueño acaba o se vuelve pesadilla. Es el momento de ir a las capacitaciones y a los talleres; de formalizarse como empresa; de entender que somos un valioso engranaje en las industrias culturales de nuestro país. 

El problema es que la lógica de la creación y el emprendimiento de quien quiere compartir el arte no es la misma que la del mercado. En el mercadeo está primero la demanda, la necesidad. Nadie en sano juicio se empeñaría en invertir su dinero en una empresa que haga y comercialice tornillos de formas raras que no encajen en ninguna otra pieza o de algún aparato que nadie necesite ¿o si?. Pues eso es en buena parte lo que hacemos los artistas. Y no porque lo que hagamos carezca de valor.  Es porque esa es la naturaleza del arte. Y este es el problema con empeñarnos en el cuento de las empresas como solución para darle salida a obras que no fueron concebidas como mercancías.

Estas personas que tratan de instruirnos se consternan al constatar que hicimos grandes inversiones de tiempo y dinero sin hacer un estudio previo de mercado. La vaina es que si lo hubiéramos hecho, ni siquiera habríamos empezado a componer o a escribir pues no hay demanda, ni necesidad de nuestras obras “productos”. Terminamos haciendo todo al contrario de lo que dicta la lógica de las empresas. En lo que hacemos primero está el producto y luego, si contamos con suerte, la necesidad. ¿De verdad no lo ven?. No es que no lo vean, lo que pasa es que detrás de todo este interés hay verdaderas empresas que si han detectado una oportunidad de negocio y se han inventado este cuento chino para vender conferencias y talleres. A las cámaras de comercio también les debe ir muy bien con nosotros, pues gastamos una fortuna al año en certificados de constitución y otros trámites sin sentido y son ellos quienes facturan.

No, mentiras. Todo lo hacen de buena fe, por nuestro bien y por eso se empeñan en obligarnos a constituir empresas. Concedo eso, pero concédanme a mi que somos víctimas, como mínimo, de una tremenda contradicción. Y es que resulta que –al menos en Colombia- no podemos constituir cualquier tipo de empresa, debemos formalizarnos como empresas sin ánimo de lucro (corporaciones, asociaciones, fundaciones, etc). Es decir, quieren que seamos empresarios pero que no busquemos el lucro. ¿A qué jugamos entonces? ¡Pero si el diccionario, y el sentido común, nos dictan que uno de los fines de las empresas es generar dividendos! Por otra parte, al menos en Colombia, tener una empresa sin ánimo de lucro equivale a ser un empresario de tercera, no tenemos los mismos derechos ante las cámaras de comercio, los bancos no nos prestan dinero, ni nos expiden tarjetas de crédito… Para colmo del descaro nos alientan diciéndonos que gracias a esta figura podemos obtener donaciones de entidades extranjeras y de grandes empresas. Mejor dicho, nos ponen todo en bandeja de plata para que salgamos a pedir limosna. Aun más triste es que esa limosna tampoco llega.

Quedemos entonces en que nos gustaría vivir de nuestras obras, pero que no estamos dispuestos a crearlas al acomodo del mercado… Queremos obtener un rédito por estas obras para las que no hay demanda y, como estamos haciendo las cosas al revés, no queda de otra que crear la demanda ¡Así de sencillo! El problema es que esta demanda de momento no existe y es difícil de crear pues tenemos un gran enemigo: la industria cultural -de la que hablan los antropólogos-. Esa maquinaria que se encarga de hacer que las personas solo quieran divertirse. Y lo que dicta la industria cultural, es que todo aquello que no sea risa y baile es aburrido. Pero este es otro tema.

Para terminar, creo que estaremos de acuerdo en que, entre los empresarios,  somos de un tipos bastante particular. No actuamos en consecuencia a la demanda y para completar no tenemos fines de lucro. En mi caso, me considero una persona bastante emprendedora y también tengo junto a unos colegas una fundación, así que según las dos acepciones del término se podría decir que soy un empresario. Pero si me preguntan por lo que hago, la palabra empresario nunca cruza por mi mente. Digo que soy un gestor cultural. Si me tienen paciencia, y no están aburridos ya, en la próxima entrega les cuento porque ando diciendo eso.


martes, 3 de septiembre de 2013

Hay una confusión en el barrio… I

En las siguientes 3 entregas voy a tratar de dilucidar qué significan y en qué se diferencian – en nuestro caso-  los términos industria, empresa y gestión cultural. Esto, al menos, para tratar de entender dónde estamos parados.  Mucho me temo que no será muy entretenido pero no falta que a alguien le aproveche.

Sobre las industrias culturales

Hace ya muchos años que se viene hablando de la "Industria cultural" pero el término no siempre se usó en relación a la necesidad de formalizar el quehacer de los artistas incomprendidos... Desde finales de los años cuarenta, se usa para referirse a ciertos mecanismos por medio de  los cuales una determinada sociedad implanta y mantiene ciertas, ideas, creencias e imaginarios entre sus miembros, lo que a su vez hace que las cosas sigan funcionando de la misma forma, para bien o para mal. Estas ideas, creencias e imaginarios no se enseñan pero subyacen en casi todos sus manifestaciones culturales (mitos, relatos, canciones, etc).

Podemos ver esta industria en funcionamiento todo el tiempo. Por ejemplo, cada vez que a través de los medios de comunicación se refuerza la imagen según la cuál las mujeres no valen nada –salvo como objeto sexual o decorado-.  Si bien, esto no se dice de manera explícita (ni mucho menos se enseña en el colegio), las imágenes que nos bombardean a diario son tan poderosas y efectivas que no hace falta que así sea. Algunos dirán que eso es cosa de antropólogos y puede que si. Como yo soy escasamente un bachiller y hago parte de aquellos músicos incomprendidos a los que quieren salvar con esta idea de las industrias culturales retomo el buen camino ya mismitico… 

Según Wikipedia (disculpen la fuente) la palabra industria se define como el “conjunto de procesos y actividades que tienen como finalidad transformar las materias primas en productos elaborados o semielaborados.” De acuerdo a esta definición, podemos asegurar que existen muchas industrias que están ligadas a la cultura aunque que no dependan exclusivamente de esta para subsistir. Un caso es la industria editorial: un día se imprime un libro y al otro un catálogo comercial. Igual pasa con la replicación de discos, por poner solo un par de ejemplos. Es una industria ligada a la cultura pero no necesariamente cultural. Se puede también pensar en la industria del entretenimiento en el caso de los canales de televisión, donde hay una infraestructura y una cadena de procesos que nunca se detiene y cuyo producto final todos conocemos.

En este punto vale la pena preguntarnos si nuestro proceso creativo corresponde a esta idea de industria. Yo hago canciones. ¿Se pueden considerar las decepciones amorosas como una materia prima? ¿Es la inspiración un insumo? Si existiera un manual técnico de cómo hacer canciones detallaría un proceso en que el cantautor bohemio (C.B) se quita la boina y se rasca la cabeza, concentrando su pensamiento en el profundo sentimiento de confusión existencial que lo caracteriza (P.S.C.E), como resultado se destilan ideas en bruto (I.B) estás luego se dejan reposar en alguna sustancia etílica (S.E), esta mezcla se vuelca en un gigantesco colador del que salen palabras con alta carga poética, no exentas de impurezas (P.P.I), luego éstas pasan por un riguroso examen en que se sacan aparte las esdrújulas (que son difíciles de rimar), las agudas y las graves…. Podría seguir con esta tontería pero el punto es que la cosa no funciona así.  ¿Queremos que funcione así? ¿Necesitamos que funcione así? Creo que estaremos de acuerdo en que la respuesta es no.

Estamos claros entonces en que la creación no es un proceso industrial. Ahora, vale la pena preguntarnos qué pasa con el resultado de nuestro proceso de creación: canciones, poemas, cuentos, novelas… ¿Son entonces estas obras el insumo de la famosa industria cultural? En la acepción de los científicos sociales, sí (pero no –en la medida en que no tienen resonancia-). De acuerdo a la definición del diccionario no, por la sencilla razón que éstas no se transformarán en otra cosa, seguirán siendo las mismas aunque pasen por algunos procesos y sufran algunos cambios (arreglos, grabación, edición, corrección de estilo, masterización, etc..). En este punto algún agudo lector pensará que en la industria alimenticia las papas tampoco dejan de ser papas y que por eso no deja de ser una industria. Yo haré como si la cosa no fuera conmigo.

Lo que si pasa es que en el momento en que decidimos materializar estas obras bien sea para que queden en manos de la gente, con suerte, o debajo de la cama , como sucede mas comúnmente, tenemos que recurrir a la industria -la del diccionario-. Ese es nuestro lugar en la cadena, por que no importa si el disco se vende o se queda debajo de la cama. Hay que pagar la impresión y la replicación. Es decir, somos una fuente de trabajo y de ingresos para estas industrias ligadas a la cultura. Para estas empresas valemos solamente como clientes y no somos cualquier cliente. No conozco las cifras oficiales pero sé que al menos en lo que se refiere a la replicación de discos, los músicos independientes representamos una importante fuente de ingresos.

Conociendo nuestro lugar en la cadena de  la industria me surgen una par de reflexiones. En el terreno de lo privado ¿por qué no juntarnos y en vez de ser un montón de artistas sueltos no nos presentamos como en ese gran cliente al que hay que cuidar? En el terreno de lo público ¿Así como el gobierno subsidia la industria del agro, no podría subsidiar a esta parte de la cadena para que sigan generando riqueza a estas industrias que en buena parte dependen de nosotros?


Por su puesto, hay muchas mas reflexiones pero de estas dos se desprenden dos temas para posteriores entregas. La primera: la agremiación como necesidad del sector y la segunda: la responsabilidad del estado en este asunto de la cultura y sus acciones. En la próxima entrega sigo con la empresa porque -aunque haya quien compone en cantidades industriales y seamos personas realmente industriosas- ¿ya quedamos en que no somos una industria cierto?

miércoles, 21 de agosto de 2013

Nace un indie-gestor

Desde hace unos años en toda Latinoamérica, y específicamente en Colombia, los artistas hemos asistido a un proceso de “formalización” de nuestro oficio. Este proceso ha estado liderado por diferentes entidades como ministerios, alcaldías, secretarías de cultura, cámaras de comercio, etc. La premisa es muy sencilla: no basta con ser buenos en lo que hacemos, tenemos que ser empresarios de nuestras carreras. Esto significa, en primera instancia, desarrollar competencias en campos como mercadeo, derecho (en diferentes especialidades), contabilidad, administración, comunicación social, entre otros. En segunda instancia debemos constituir empresas. Por eso en Colombia, en la actualidad, es prácticamente imposible presentarse a alguna convocatoria u ofrecer algún servicio ante las entidades públicas locales o estatales –tristemente los principales mecenas de la cultura- sin cumplir con este requisito.

Hasta acá la cosa va bien. Como el propósito de estas entidades es que progresemos, crean normas que nos obligan a constituir empresas. Pero claro, no aspiran a que nos volvamos empresarios de la noche a la mañana. Para que podamos enfrentar el reto de pasar de ser simples artistas desconocidos a exitosos empresarios se ofrecen toda clase de talleres y capacitaciones. En cuanto a los expertos que dirigen estas capacitaciones hay dos tipos. Los primeros son empresarios que no tienen nada que ver con el mundo de la cultura -o que vienen directamente del entretenimiento-. En el segundo grupo están algunos empresarios de la cultura que casi siempre son ex empleados de estas entidades públicas que se empeñan en formarnos.

En lo que ambos tipos de especialistas están de acuerdo es en entender lo que hacemos, simple y llanamente, como un negocio. Su manera políticamente correcta de expresarlo es diciendo que hacemos parte de las “industrias culturales”. Si hablamos de industria hablamos de insumos, de cadena de producción, de mercancías… Y claro estas mercancías hay que venderlas. Esto nos lleva al mercadeo. Por eso se nos pide que hablemos de nuestro arte como producto, del público como comprador, de nuestros colegas como la competencia. Como el mercado es el que manda y en nuestro mercado la calidad no es un factor importante a la hora de consumir cultura, nos informan que debemos replantear nuestro desmedido interés por la calidad. No importa tanto si lo que hacemos es bueno, pero es indispensable que sea diferente, fácilmente reconocible, y, más importante aún, novedoso. Para cada uno de estos factores hay una palabra en ingles que lo resume y define de forma perfecta y que es importante aprender. Yo no lo he logrado.

Una vez que estamos adoctrinados, quiero decir capacitados, estamos listos para asistir a las ruedas de negocios. Importantes programadores internacionales vienen a descubrirnos para llevarnos a sus grandes festivales o muestras principalmente de Europa -donde la gente sí es culta-. Pensamos: ¡Allá sabrán entender nuestro arte! ¿Arte? Pero un momento, ¿es que no entendimos nada? Pues claro que no. Pero bueno, no importa. Para eso están las ruedas de negocios, para que nos estrellemos contra el mundo y afortunadamente están los programadores internacionales para recordarnos las lecciones. Lo importante es que el producto sea diferente, que sea reconocible y que sea novedoso. ¿Quedamos? Pero, no es tan fácil. Estos tres factores deben estar enmarcados en los criterios subjetivos de estos programadores sin dejar de tener interés cultural. ¡Alisten sus taparrabos!

Al cabo de varias ruedas de negocios y mercados de diversa índole unos aprenderán y otros tiraran la toalla. Incluso algunos recibirán invitaciones a Europa. Pero un momento, los programadores no pagan pasajes internacionales. Lo que si ofrecen es una carta de invitación para que el gobierno que fue tan amable de invitarlos a conocer Colombia se encargue de los gastos del grupo que está invitando. Otra opción, claro, es aprovechar esa primera invitación para empezar a gestionar una gira, contactar con otros festivales, bares… como quien dice: armar el circuito. Esa lección se aprende casi siempre en el quinto o sexto mercado, así que paciencia. Los que van a Europa se devuelven llenos de deudas pero con el corazón contento. Luego de abrir la tarima 33 a las 2 de la tarde, pasearon, conocieron, se tomaron fotos y lo más importante: ya pueden poner en la hoja de vida de su flamante empresa -digna representante de la industria cultural colombiana- que fueron a Europa.

Y hablando de empresa, éste es el momento de poner en práctica todo lo que aprendimos en las capacitaciones y que nos empeñamos en pasar por alto. Es hora de volver a la cruda realidad. Es el momento de recordar cuando el experto empresario nos decía: si sabe hacer canciones ofrezca sus servicios para hacer jingles, si es bueno con el público, anime reuniones infantiles, si compró un sistema de sonido para ensayar alquílelo para matrimonios, si es tan buen guitarrista de clases… La cruda realidad es que hay que trabajar, así que trabajamos y no nos va mal pero no es lo que queremos. Nos hemos formado para ser empresarios exitosos de nuestras propias carreras y no podemos conformarnos con menos que con el triunfo. Es momento de preguntarnos qué hicimos mal, en qué fallamos. ¿Es la hora de cambiar el estilo de la banda? ¿de hacer canciones más alegres? ¿de subir el beat? ¿de prescindir del bajista poco carismático? ¿de invertir en ropita? ¿de replantear las letras? ¿de ponerle coro a las canciones? ¿de cotizar el cambio extremo?

Yo digo que no es el momento de preguntarse qué hicimos mal, ni de replantear lo que hacemos en los términos del mercado. Digo que es el momento de cuestionarnos qué tanto de verdad hay en estos postulados del empresarialismo (¿sería mejor el sufijo itis?) y su discurso equívoco sobre las “industrias culturales”. Digo que es la hora de reivindicar el trabajo que hacemos a diario -y que nos da de comer- sobre el exitismo que nos inculca la lógica del mercado. Digo que debemos entender y dejar claro que no necesitamos que se nos civilicen. Digo que debemos dejar de usar las palabras que nos han impuesto para referirnos a lo que hacemos y re inventar unas nuevas si es preciso. Digo que debemos preguntarnos, eso sí, que nos mueve a empeñarnos en el arte. Y para decir estas y otras muchas cosas es que he decidido crear este blog. Si les aprovecha, mejor aún.